He asumido hace tiempo que jamás lograré extirpar el dolor de mis paciente, porque el dolor es parte constitutiva de la vida. No importa cuánto alguien se analiza, de todos modos sufrirá si pierde un amor, o si muere un ser querido. El dolor es inevitable, per no el padecimiento. Y esa diferencia es la que hace que cada día vuelva al consultorio. Sé que tampoco lograré que desaparezca en ellos la sensación, aunque a veces leve y susurrada, de soledad. Pero así, pues, como decía aquella vieja canción, estamos solos.
Por estas página transitan las adicciones, la discapacidad, la culpa, una histérica grave y sufriente, y un amor desmesurado al borde de la locura. Al final de cada relato, el desarrollo de un concepto teórico y su articulación con el caso expuesto son una invitación a indagar no solo en lo acontecido durante las sesiones, sino en el marco conceptual que sostiene la práctica clínica. Lejos está la intención de llevar esta propuesta a un texto de estudio sobre psicoanálisis: se trata de compartir experiencias vitales, irrepetibles. Momentos sostenidos en la pura pasión de quien mira al miedo, a los ojos para hacer más llevadero un mundo que duele. Y es ahí, en esa zona entre perturbadora y turbulenta, donde sale al cruce Historias inocentes. Como testimonio y la vez palabra de acción.
