A todos nos toca la violencia cotidianamente. Narcotráfico, corrupción, pandillas, desempleo son tópicos a los que es común atribuir la inseguridad en que vivimos. Pero esa explicación superficial olvida la verdadera raíz del problema: la violencia institucionalizada por el Estado, cómplice de terratenientes, de empresas extractivistas y de corporaciones inmobiliarias, que se vuelca contra todo aquel que se resista a ser explotado y es responsable del asesinato de líderes sociales, ecologistas, periodistas. Una violencia que es síntoma de un capitalismo despiadado.