A principios del año 1993, Leslie, Alina, Elvira y yo (mis hijas y esposa), nos cambiamos a un departamento ubicado en una unidad habitacional al sur de la Ciudad de México. Un par de años después, antes de empezar a filmar Cilantro y perejil, me encontraba escribiendo las historias que se convertirían en Corazones rotos. El primer tratamiento del guión quedó listo durante los primeros meses del 97 y lo registré como Vecinos. Durante todo ese tiempo pude ver, oír y sentir muy de cerca los sufrimientos y alegrías de mis vecinos. Vi cómo algunos pocos ganaban y muchos otros perdían las batallas cotidianas. Compartí y me volví testigo de la vida de la clase media defeña. También fui capaz de aceptarme como tal. Hoy Corazones rotos es película y digo, sin temor a equivocarme, que la ficción nunca podrá superar a la realidad.
