El conocimiento empírico de la educación, y la reflexión fenomenológica sobre ella, requieren, sí, de una preparación teórica previa, y de una posterior aplicación práctica. Pero lo uno y lo otro, además de la conciencia de lo empírico, y de la claridad racionalizada de los valores y fines que implica su realidad, imponen también la exigencia de un apoyo científico, preciso y suficiente, y de una visión, operativa y funcional, de lo administrativo concreto y de su dimensión social. Y también la puesta en práctica de nociones didácticas, traducidas en métodos y en técnicas.