Todo empezó con el asombro. Maravillarnos fue nuestro primer arte y también nuestro primer error. Porque ante lo inexplicable, en vez de investigar, imaginamos. En vez de preguntar, adoramos. Le dimos forma a lo invisible, le dimos nombre al miedo y lo vestimos de divinidad. Así nacieron las creencias que nos rigen, nos culpan, nos prometen. Pero ya no somos niños asustados frente al trueno. Es hora de pensar distinto.