“Es el Espíritu montado a caballo”, dijo Hegel de él, tras ver su entrada triunfal en Viena. Para el filósofo, Napoleón era la personificación misma de la Historia cumpliendo su Destino. Su carisma de líder, su genio de estratega, su talento de hombre de Estado y su capacidad para encarnar el alma de los nuevos tiempos, como hombre hecho a sí mismo hijo de la Revolución, lo convirtieron en uno de los primeros héroes de la modernidad. Napoleón escribió sus Memorias como quien libra su última batalla. Estaba en juego el recuerdo que había de dejar para la posteridad, y en esta guerra se batallaba en franca desventaja: sabía que la historia la escriben los vencedores y que frente a él tenía nada menos que al Ministerio inglés y su ejército de gacetilleros a sueldo, una de las más eficientes maquinarias generadoras de leyendas negras que ha conocido la historia.
