Alida y Pirro se conocen en un bar. Él es un hombre mayor; ella una joven de 20 años. Su encuentro de forma casual está enmarcado por los boleros que son interpretados en el bar y por las citas de Salgari. Ellos van descubriendo esa pasión que une a los amantes ocasionales, los que se ven sólo para recrearse en el acto sexual, de esa manera va creciendo su relación, concentrada en el cuarto de un hotel de paso, sin mucha intimidad hasta que el destino los reúne. Pirro empieza a trabajar como contador para el padre de Alida. El padre de Alida invita a Pirro a su casa, donde se encuentran los dos personajes. Los encuentros de ellos se hacen más frecuentes y sensuales. El acto amoroso plenamente corporal de ellos empieza a llenarse de fantasías e involucrarlos más en sus respectivas vidas. De él descubrimos que es dos veces divorciado y que tiene hijos; de ella que tiene un secreto familiar, supone que su hermano la espía en el baño. Hay una historia erótica que se desarrolla rayando los límites de la pornografía hasta que la intimidad les obliga a revelar esos secretos que forman parte de su vida y la forma en la que se desenvuelven sexualmente. Para ella ha sido difícil revelar que la sombra que ve en su cuarto de baño es realmente la de su padre. Para él es difícil revelar el agotamiento que siente al llevar una relación de edades tan disparejas.
Esta novela parece llevar la historia hacia un melodrama convencional, pero después se vuelve una narración erótica más osada y con mayor concentración en el encuentro carnal, que es donde tiene sus mejores momentos. El uso del lenguaje a veces llega a lo procaz y en ocasiones es muy formal. En mucho de lo erótico, tiene similitudes con El último tango en París, sólo que las citas son de boleros mexicanos.
