Ivan Turgueniev, por haber sido un atento observador del alma humana, es el escritor por excelencia de los matices psicológicos en la tensión íntima del amor, en la pasión y conflicto de la eterna solicitud amorosa. Es sin duda por esta causa, principalmente, por la que Turgueniev es leído hoy y conocido en el extranjero, y en su país natal su memoria viva se conserva con cariño y admiración. Junto a las personalidades literarias del siglo XIX ruso, junto al esplendor y colosales dimensiones de León Tolstoí o Fiodor Dostoievski, Ivan Turgueniev conserva la importancia que tuvo en su vida y que le equipara a Flaubert, a Pérez Galdós, a Dickens, a Eça de Queirós, a los principales maestros del arte de la prosa realista. Si Turgueniev fue un fervoso analista de los caracteres, siempre situó esta indagación en el paisaje natural y social de su época y de esta forma logró una recia trabazón entre los dos fundamentos de toda obra literaria: el proceso mental y el entorno histórico. Hay en Padres e Hijos una exposición detallada de caracteres complejos, vinculados a un período histórico, en la que el autor estableció hábilmente la interdependencia entre circunstancias externas y mentalidad. Sus personajes -el nihilista Bazárov, el aristocrático Pável, el ingenuo Arkadi, la severa Odíntosva, la madre de Bazárov...- son todos ellos gentes que brota de una época. A la vez, en esta novela se encuentra el gran tema, eterno, de la decadencia de lo antiguo, la llegada de nuevos valores, la superación de las generaciones; pero este enfrentamiento, Turgueniev lo resuelve según la norma habitual de su proceder: no hay violencia, ni rencor, ni destrucción; él había aprendido desde niño a odiar la crueldad y procuró en su literatura reflejar relaciones de sensatez y respeto y equilibrada con presión, y por eso todas sus novelas pueden ser ligeramente melancólicas, pero nunca se complacen en episodios de ensañamiento inhumano.